La situación ambiental era conflictiva, se estaba derrumbando la I República. La fundación debía apresurarse y así, el 10 de enero de 1874 las siete primeras Siervas de san José comienzan a hacer realidad el sueño en la propia casa de Bonifacia. Ella siente que aquello que había constituido su hogar, aquello tan cotidiano, tan vulgar incluso, se convertía en el espacio para una vocación, para un nuevo proyecto.
Butinyá les escribe unas constituciones rompedoras que nacían de la experiencia de Jesús, que siendo uno de tantos en una aldea de Nazaret dijo con su vida que ser persona es algo más que inmediatez y éxito y que la salvación de Dios pasa por la esencia misma del ser humano, por sus esperanzas y frustraciones, por sus manos y su mirada.
La Congregación inicia su andadura dispuesta a hermanar oración y trabajo, en un escondido taller. Con la única pretensión de testimoniar en medio del mundo que es posible la fraternidad en el trabajo, construyendo espacios que ayuden a ser personas criticas y libres.
El Reglamento de los talleres que Butinyà les entrega será la concreción de su proyecto de vida. En él Bonifacia se mirara siempre y a él se mantendrá fiel, a pesar de las oposiciones y contradicciones, en su tarea de animar la comunidad. A lo largo de su vida se irá identificando con el estilo de José de Nazareth, consciente de que también ella estaba construyendo un hogar para Dios .
Bonifacia pone todo lo que tiene, al servicio de esta empresa: su casa, sus cosas, su persona. Conoce el trabajo, la privación y el esfuerzo, pero sabe que Dios la quiere ahí enraizada en la vida, creciendo desde el esfuerzo diario, construyendo desde su pequeña historia humana y sencilla.