Los días 18 y 19 de enero nos ha convocado en Madrid la Comisión Mujer para preguntarnos sobre la situación de la MUJER EN LA IGLESIA. Nos acompañan dos teólogas: Carmen Soto y Carmen Picó.
Siempre que asistimos a estos encuentros formativos se despierta en nosotras una serie de interrogantes que en la vida habitual están adormecidos y necesitamos un revulsivo, con sabor a Dios, para resituarnos.
Sabemos del empeño de las teólogas, movido por el Espíritu, para que la mujer se haga visible en la Iglesia y en la sociedad por el simple hecho de que Dios nos creó hombre y mujer. No ha dado más poder al uno para dominio de la otra, sino que a cada uno le ha dado unos dones para edificación de su Cuerpo. Ninguno es prescindible.
Esto nos han contado las teólogas: Somos – mujeres-creyentes-religiosas, llamadas por el Señor para realizar su sueño, convocadas por la fuerza de la unidad en comunidad, abiertas al ritmo de Dios en cada una y portadoras de una herencia para las mujeres del futuro.
El sueño del Señor es nuestro sueño. Nicodemo se acerca de noche a Jesús para preguntarle y Jesús le dice: “el que no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. ¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Cómo podemos soñar, a nuestra edad, en las sorpresas que nos depara el Espíritu? ¿Cómo podemos realizar nuestros sueños, con los que Él nos mima, si llevamos una vida intentándolo y no lo hemos logrado?
Vivimos en su casa, nos alimentamos de su Palabra, nos ha regalado la fe. Y la esperanza, ¿dónde se ha quedado? Sin ella no es posible el Amor. Somos maestras de nosotras y de las demás; hemos aprendido de los golpes y de las bonanzas; hemos sufrido las dudas y gozado las certezas; hemos buscado el manantial y saciado la sed; hemos cambiado nuestra manera de pensar y NO LO HEMOS CONTADO. No hemos aprendido a amar porque nos falta la esperanza de que Dios hace posible lo imposible.
Nosotras, ¿entendemos esto?
Hemos sido convocadas para fortalecernos en la Comunidad; llamadas a ser líderes. La comunidad hace que espabile el Espíritu que habita en nosotras como buscadoras de respuestas. Nos sostiene cuando transitamos por caminos oscuros. Nos vuelve a Aquel que nos convocó para recuperar su presencia. Es apoyo para el liderazgo.
La convivencia entre Noemí y Rut fue decisiva para que se acompañaran el resto de su vida. Noemí decide volver a su tierra, a su pueblo, a su gente y Rut deja su pueblo, su tierra y su gente y se va con ella, “porque tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. ¡Qué bonito que una mujer mayor lidere a una mujer joven que arriesga su vida sin ninguna esperanza, nada más que “tu Dios será mi Dios”! Y la decisión acabó bien, como acaban siempre las cosas de Él; como acaban las nuestras, cuando tenemos valor para obedecerlo.
Este es nuestro trabajo, abrirnos al ritmo de Dios en cada una y decidir. Escuchar su aleteo en las hermanas, en la Iglesia, en la sociedad y salir a dar lo que hemos cosechado. Él está siempre. Nos llama a ser mujeres maduras para ser mujeres cristianas.
La vida rutinaria en nuestras comunidades puede ser un gran lastre para la madurez porque nos hace creer que estamos en lo perfecto, porque nos retira del mundo y nos somete a las normas, porque nos hace crear un tipo de liturgia, porque minusvalora nuestra condición femenina. Somos comunidad que ora, no para afrontar la vida sino para conformarnos con lo que hay y le damos categoría de conformismo “porque Dios lo quiere así”. Puede que nuestra espiritualidad se haya convertido en piedad y nos inmovilice. (Joan Chitttister)
¿Qué me exige la fe? ¿Una obediencia que perpetúa el sistema o a la llamada de Dios en nuestro corazón? Él nos llama a aportar en la Iglesia la voz de las mujeres, aunque nos persigan, porque el Espíritu nos ha trabajado para ello y nosotras hemos colaborado: con la inseguridad de Rut; acompañadas por, o acompañando a otras mujeres como Noemí; naciendo de nuevo como Nicodemo.
Tenemos mucha tierra que labrar, porque las mujeres en la historia hemos contado muy poco y puede que ahora sigamos contando igual por nuestro miedo a decir algo de valor. La formación pone la fuerza para labrar, la persona los recursos y Dios siembra el terreno y lo hace germinar. Él no falla, la tierra tampoco. La Iglesia no ha acertado en dignificar a la mujer. La sociedad menos. El que nos creó puso en nosotros la fuerza de la creación y nos ha hecho iguales, entre nosotras y con los hombres. Iguales para recibir el DON, iguales para asimilarlo, iguales para contarlo, iguales para disfrutarlo, iguales para servir, iguales para apoyarlo. Si renunciamos, la Iglesia se queda coja y nosotras quedamos sin savia.
Las mujeres del mañana serán portadoras de la llama que le dejemos hoy y no agradecerán una llama apagada de la que solo queda el humo.
Carmen Fernández Yáñez