María hilando en su casa de Nazaret, ilusionada con el nacimiento de Jesús recordó la historia de la hermana de Moisés:
“Miriam vivía con su madre Imá y su hermano Aarón en Egipto. Ellos eran hebreos. Su pueblo había llegado a Egipto hace muchos, muchos años, y había prosperado en aquella tierra.
Cuando ella nació, subió al trono un nuevo rey que, preocupado por lo mucho que crecía ese pueblo extranjero, ordenó a las parteras que no dejasen vivir a los niños hebreos. Pero las parteras, que sabían que eso no estaba bien, nunca le obedecieron. Así que nació su hermanito.
Imá estaba triste. Faraón, enfadado, había ordenado ahora arrojar al Nilo a los bebés hebreos. “¿Qué iba a pasar con su pequeño?”. Así que lo ocultó un tiempo.
Un día, Imá despertó a Miriam, llevaba el bebé en brazos. “Ayúdame, coge al bebé”. Le dio al bebé, tomó una cesta y la untó en brea para que no entrara agua. Después cogió al bebé de los brazos de Miriam, lo besó y lo dejó en la cesta. Después llevó la cesta a la orilla del río y, entre los juncos, la dejó y se fue llorando.
Miriam, que la había seguido hasta el río, se quedó allí, mirando paralizada, pensando en sacar la cesta del río, pero ella no podía criar al bebé. De repente, unas mujeres egipcias la sacaron de sus pensamientos. ¡Era Bastet, la hija del faraón! Sintió miedo, pero no huyó.
“¡Aquí está bien!”, dijo la princesa egipcia, ¡aquí tomaré un baño! Y se adentró en los juncos mientras sus criadas vigilaban. Cuando se sumergía en el agua, vio algo que se movía y se acercó.
Miriam, que observaba la escena, se angustió. Era la cesta de su hermano que, al parecer, se había dormido. Bastet, intrigada, abrió la cesta y vio al bebé que dormía mecido por las aguas. Lo tomó en brazos y salió del agua. “¡Mirad que bebé más hermoso! La pena es que yo no tengo hijos y no podré criarlo”.
Miriam sintió una fuerza que le empujó a salir de su escondite y decir a Bastet: “¡Yo puedo buscar una nodriza hebrea para que lo críe por ti!”. “¿De verdad?”, respondió Bastet. Y antes de que pudiera seguir hablando Miriam salió corriendo hacia su casa.
Imá todavía lloraba la pérdida de su bebé cuando Miriam entró.
¡Mamá, ven corre! Imá la miró desconcertada pero la siguió “¿Qué habría pasado?”. Ambas corrieron hasta que encontraron un grupo de mujeres egipcias riendo alrededor del bebé. Una de ellas sostenía en brazos.
¡Era su bebé!, Imá no entendía nada.
Miriam dijo a Bastet: “Esta mujer acaba de perder a su bebé y puede amamantar al tuyo hasta que crezca”. Imá no dijo nada. Bastet la miró y le dijo: “Muy bien, llévatelo y críalo como si fuera tuyo, y devuélmelo cuando lo hayas destetado”.
Imá tomó al bebé disimulando su entusiasmo. Miriam sonreía. “Así lo haré” contestó.
Imá crio a su bebé y cuando creció se lo entregó a Bastet que lo acogió como hijo suyo. Bastet le puso de nombre Moisés porque había sido sacado de las aguas”…
María sabía que Miriam con su audacia y su valor hizo posible la supervivencia de Moisés, al que un día Dios llamaría para liberar al pueblo de Israel de la esclavitud. Y guardó en su corazón el recuerdo de su antepasada.
Relato basado en Ex 1-2,10.
Carmen Picó Guzmán